La historia nos muestra una verdad brutal: las monedas fiduciarias inevitablemente pierden su poder adquisitivo hasta volverse inútiles. Mira lo que le pasó al bolívar venezolano—una vez una moneda funcional, ahora apenas apta para hacer origami.

Este no es un caso aislado. Cuando los gobiernos imprimen dinero sin restricción, la inflación se descontrola. Los ciudadanos ven cómo sus ahorros de toda la vida se evaporan. Las cuentas de ahorro se convierten en cuentas de broma. El sistema colapsa desde dentro.

Este ciclo se repite en diferentes naciones y siglos. Argentina, Zimbabue, Líbano—el guion siempre es el mismo. Expansión monetaria ilimitada, depreciación de la moneda, caos económico.

Mientras tanto, la oferta total de Bitcoin permanece fija en 21 millones de monedas. La mecánica de Ethereum garantiza escasez y economía medible. Estas propiedades no son accidentales—son características de diseño fundamentales construidas para contrarrestar exactamente este tipo de devaluación monetaria.

Cuando la confianza en los sistemas monetarios tradicionales se debilita, las personas buscan naturalmente alternativas. Ahí es donde entran en juego los activos digitales. No como especulación, sino como seguro financiero.