Cada década tiene su propio juego de azar.

Los 80, la gente recién salía de la escasez hacia la abundancia, los cigarrillos y el licor blanco eran símbolo de estatus, los salones de karaoke y KTV eran sociales, comprar lotería era la primera fantasía sobre el destino — esa fue la era de apostar a la suerte.

Los 90, el mahjong, el póker, las cintas de vídeo y los juegos arcade se convirtieron en entretenimiento para todos, y la especulación inmobiliaria empezó a vislumbrarse — no solo se apostaba dinero, sino también la ventana para “enriquecerse primero”.

Los 2000, los juegos en línea, el póker Texas Hold'em, la bolsa de valores y las primeras startups en internet marcaron una era de apostar por la tecnología, las tendencias y la información privilegiada. Quien acierta en la tendencia, se convierte en “leyenda”.

Los 2010, las transmisiones en vivo, los vídeos cortos, las compras dentro de apps, el surgimiento del mundo de las criptomonedas, Bitcoin pasó de ser un “juguete de geeks” a una “leyenda del oro digital” que enloqueció a todos. Se apostaba por la atención, los seguidores, los algoritmos y el sueño de la “descentralización” en blockchain — las emociones se convirtieron en la nueva moneda.

Los 2020, NFT, metaverso, DeFi, cajas misteriosas, objetos de moda, la especulación con criptomonedas alcanzó su punto máximo, Dogecoin, las monedas meme y GameFi atrajeron a los inversores minoristas. Todo se envasó en lo digital. Ya no se apuesta solo por la riqueza, sino por cuánto durará el “consenso” — desde la “libertad financiera” hasta la “quiebra de las monedas sin respaldo”, en un instante.

La era cambia, las formas de apostar también, pero el instinto de apostar nunca desaparece. Cada generación, de diferentes maneras, transforma el “deseo” en “oportunidad”.

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