El “mainstream” tenía una identidad definida: fundadores con historial en banca de inversión, vestidos con trajes a medida y un discurso calculado; proyectos avalados por incubadoras, siguiendo modelos de financiación y crecimiento previsibles; y, antes de toda OPV, una estructura de capital planificada al detalle, que recogía cada entrada, salida y agente de mercado en una sola hoja de cálculo.
La narrativa dominante era reconocible: estable, replicable, digna de confianza. Su lógica interna también resultaba clara: el sistema selecciona a los elegibles, determina su valor y potencial, todo ello impuesto por el propio sistema.
Sin embargo, en los últimos años esta estructura se ha relajado. Las culturas de nicho han ido ganando terreno, desdibujando límites que antes parecían infranqueables.
Hoy el grafiti se exhibe en galerías de arte, el punk desfila en la Semana de la Moda y el hip-hop domina los Grammy. Bitcoin, otrora tildado de “herramienta criminal”, es hoy objeto de análisis en los informes de la Reserva Federal y figura en las carteras de BlackRock.
La cultura de nicho irrumpe en el mainstream, no porque se vuelva más oficial, sino porque el mainstream se ve obligado a reconocer su arraigo y su impacto cultural.
En esta transición, las antiguas autoridades han perdido peso; los estándares ya no son el único referente. Lo que antes era marginal ahora toma la palabra. Incluso los mercados de capital se han adaptado: una trayectoria ortodoxa ya no garantiza fiabilidad, ni el respaldo institucional asegura el éxito.
Cada vez son menos los proyectos metódicos que logran el éxito, y más una generación de “atípicos” inicialmente descartados: GameStop, impulsado por memes; AMC, cuya narrativa reescribieron las comunidades minoristas; Pinduoduo y Temu, que han creado fidelidad mediante estrategias radicales de producto.
Los avances de nicho no son más potentes por fuerza, sino porque resultan más humanos. Surgen de forma orgánica, desde la base, en lugar de ser impuestos desde arriba. Portan una belleza genuina: palpable, accesible y digna de confianza.
Bitcoin siempre ha sido un outsider respecto al sistema dominante.
Por naturaleza, el outsider habla otro idioma, desafía las normas establecidas y sigue su propio compás. Los outsiders suelen luchar para ser escuchados: sus verdaderas intenciones se malinterpretan, sus métodos resultan amenazantes, y su desafío al sistema recibe la etiqueta de “peligroso” o “salvaje”.
Ese es el camino de Bitcoin. Revoluciona tecnológicamente la centralización, cuestiona la soberanía monetaria desde lo estructural y la autoridad desde lo cultural. No es un producto financiero diseñado por las élites; Bitcoin es el triunfo de la cultura de nicho, la mayor convicción colectiva de la era digital.
Durante su primera década, Bitcoin circuló en comunidades geek, foros de criptografía, círculos de supervivencialistas y anarquistas, como una moneda alternativa de un mundo paralelo, completamente ajena al mainstream.
Su auténtica aparición pública se produjo en el rally alcista de 2017. Las subidas de precio generaron atención global y alerta regulatoria —aunque aquel interés respondía más a la expectación que a una aceptación real.
Fue solo tras la conmoción económica de 2020 —cuando la liquidez global inundó el sistema, la confianza en la banca tradicional se resquebrajó, las bolsas subieron, el dólar perdió fuerza y los bancos afrontaron retiradas— cuando Bitcoin volvió al centro del debate mainstream, ahora como algo más que un activo especulativo.
Por primera vez, Bitcoin se vio —de forma generalizada— como cobertura frente a la inflación: una vía para que cualquier persona protegiera su patrimonio. Salió de los círculos técnicos al gran público y se convirtió en símbolo del reto minorista frente a las instituciones, pieza central de los relatos anti-autoridad.
En aquel momento, Bitcoin era un estandarte: una declaración, no un producto.
Ahora ha entrado en una tercera fase: “aceptado” por el mainstream, pero siempre outsider.
Forma parte de los ETF, se cita en informes de asignación, e incluso jefes de Estado, bancos centrales y grandes fondos lo discuten públicamente. Pero Bitcoin jamás ha cambiado su naturaleza: no tiene regulador supremo, ni portavoz institucional, ni propietario único.
El mainstream ha absorbido su precio, su liquidez y su posición como fuente de ingresos pasivos; no así su esencia. Pocos se preguntan ya qué representa. Bitcoin es aceptado, pero no asimilado: no busca pertenecer.
Por eso no tiene igual como ejemplo de cultura de nicho abriéndose paso en los mercados de capital: no porque le dieran permiso, sino porque nunca lo solicitó en su camino al éxito.
Norma Chu no representa el arquetipo de emprendedora tradicional. Reúne muchas cualidades de outsider: mujer, asiática, creadora, ajena al perfil técnico.
En 2012, tras regresar a Hong Kong desde EE. UU., Norma se percató de que no existía una plataforma de cocina en chino orientada a los jóvenes. Su primer empleo fue como analista de renta variable en HSBC; podría haber escalado posiciones con facilidad en el universo de la banca, pero eligió los fogones: escribía recetas, fotografiaba platos, editaba vídeos. No buscaba audiencia, sino seguía una motivación sencilla: “Me encanta cocinar”.
Desde su inicio, DayDayCook (DDC) apostó por una vía distinta. Su modelo de negocio no surgió al revés, desde la cadena de suministro, ni priorizó proyectos de tráfico elevado como exigía el capital. DDC fue ganando la confianza de la comunidad, paso a paso, mediante contenido, compromiso y tiempo.
Comenzó de forma sencilla —compartiendo su cocina sin grandes objetivos—. Con el tiempo, el contenido culinario despertó una primera idea de marca y la transición hacia el comercio electrónico permitió a DDC desarrollar su propio catálogo. Finalmente, se expandió a Norteamérica, se consolidó en el mercado estadounidense y logró su salida a bolsa.
Al mirar atrás, Norma señala: “Emprender en Hong Kong dificultó captar fondos y talento. Entrar en la China continental supuso aún un reto mayor”. Nunca tuvo un plan maestro de partida, pero siempre mantuvo una máxima: las personas, primero. Pensar en los usuarios antes que en los canales, priorizar el contenido respecto al presupuesto y someter la estrategia a la narrativa, no a la inversa.
Ese ritmo sosegado nunca enamoró a los inversores. No fue rápido ni deslumbrante, ni tuvo grandes saltos. Pero la dedicación mantenida durante una década probó que un negocio basado en el contenido y el acompañamiento podía convertirse en una marca duradera.
Ella misma lo resume: “No calculábamos el GMV al principio; lo importante era que los usuarios seguían porque les caíamos bien”.
Puede sonar sentimental, pero DDC existe gracias precisamente a esa autenticidad. No se trata de convencer a base de relatos, sino de construir relaciones con contenido e interacción constante, generando un círculo virtuoso que impulsa la participación repetida.
Por eso, cuando Norma hizo su primera compra de Bitcoin en 2021, le resultó completamente natural. Ya era una referente en la creación de comunidades de generación Z, generaba contenidos con carga emocional —el mismo fundamento que atrajo a los primeros usuarios de Bitcoin—.
Aquel año, Hong Kong se estaba consolidando como punto de paso para capital y talento de Bitcoin. En su red se debatía sobre ETFs, Coinbase y MicroStrategy. Un accionista veterano la animó a considerar una estrategia de reservas en Bitcoin y le mostró el modelo de crecimiento de MicroStrategy. Norma se sumergió en la investigación, leyó la obra de Michael Saylor y comenzó a replantear la estructura financiera de DDC.
Explica que su decisión no fue fruto del entusiasmo, sino del atractivo estructural: “Sin mi formación como analista y mi experiencia inversora de 2021, probablemente ni habría escuchado ese consejo”.
Pero no solo escuchó: lo llevó a la práctica.
Este año, Norma presentó formalmente al consejo la estrategia de transformación: incorporar Bitcoin al balance de DDC y emplear el flujo de caja para ir acumulando un fondo de BTC. En mayo, completaron la compra inicial de 100 BTC y cerraron una ronda de financiación con éxito. DDC se convirtió en la primera empresa del mundo en implementar una reserva estratégica de Bitcoin liderada por una mujer.
No lo presentó como un “hito femenino”. Cuando le preguntaron, respondió: “Sí, está bien ser la primera. Pero lo relevante es comprobar si esta decisión beneficia realmente a los accionistas”.
No es mera retórica: es el criterio que ha forjado durante años. No buscó subirse a la ola de las reservas en Bitcoin, sino que llegó ahí tras una década conociendo al usuario, cultivando la confianza y sosteniendo una narrativa coherente —el mismo cimiento que sostiene Bitcoin—.
Su relación con Bitcoin no nació por el whitepaper, el boom, las ganancias ni el anonimato. Arrancó con el dilema de la confianza: ¿por qué creer en algo invisible e intangible? La misma pregunta que ha afrontado durante una década en contenido, marca y comunidad.
Los usuarios de DDC no son visitantes pasajeros, sino quienes se detienen ante un vídeo de cocina. Norma no persigue éxitos virales. Habla en primera persona, reduce distancias y construye la confianza paso a paso. “Muchos nos ven como e-commerce impulsado por contenido, pero lo que realmente cultivamos es la confianza emocional”, afirma.
Esa sensibilidad respecto a la “confianza” fue su vía de acceso a Bitcoin.
Aun antes de virar a Bitcoin, Norma ya se planteaba replantear el marketing de la empresa. Antes, la publicidad y los descuentos atraían tráfico, pero retener usuario era cada vez más difícil. Pronto surgió la cuestión de si parte de ese presupuesto debía dirigirse a incentivos basados en Web3: “Web3 permite que los usuarios compartan el valor generado por su participación”.
Sus usuarios son generación Z: ven vídeos breves en TikTok y comparten creaciones en Instagram. Les importan las marcas, pero aún más la autenticidad de quienes están detrás. La compra no siempre es racional, sino que obedece a la conexión emocional y los valores compartidos.
“Estamos creando un sistema de recompensas en Bitcoin”, dice Norma. “Puedes ganar BTC comprando productos o participando en nuestras redes sociales”.
Aclara que no es un simple sistema de fidelización: es un experimento estructural que integra Bitcoin en la experiencia del usuario a largo plazo.
Así concibe Norma Bitcoin: no solo como “oro digital”, sino como prueba de tiempo y confianza. Lo que le atrae no es el precio, sino su “capacidad de perdurar”, como define tanto a BTC como al futuro que desea para DDC.
“Bitcoin ha sobrevivido a ataques y dudas innumerables, y ahí sigue”. Norma quiere que DDC sea así: capaz de superar ciclos, resistir la volatilidad y fortalecerse con cada desafío.
La estrategia de tesorería en Bitcoin no es solo asignación de activos. Para DDC, supone una transformación de fondo en su manera de pensar.
Norma sabe que el reto no es comprar BTC, sino hacerlo de manera continua; no solo captar fondos, sino convertir la financiación en un círculo virtuoso. Ha trasladado la cadencia perfeccionada durante una década de contenidos a la acumulación de Bitcoin en DDC.
“Le digo al equipo que comprar Bitcoin no es una acción aislada: es todo un mecanismo”. En vez de jugárselo todo a una carta, estableció pautas concretas: compras escalonadas mediante cajeros y otras herramientas, identificación de inversores estratégicos de largo plazo y consolidación de alianzas con la comunidad cripto.
A diferencia de MicroStrategy, DDC no cuenta con una gran reserva de liquidez. Norma prefiere un enfoque gradual: acumular lentamente usando el flujo operativo.
“En el fondo, somos una empresa alimentaria; simplemente invertimos parte de los beneficios en valor a largo plazo”, resume.
Parece un planteamiento conservador, pero en cripto es toda una rareza y denota disciplina.
Norma sabe que los inversores evalúan tres aspectos en las empresas con reservas en Bitcoin: si generan caja sostenible, si aguantan los ciclos bajistas y si la dirección posee visión y capacidad de ejecución narrativa.
Detecta tres ventajas “atípicas” en DDC:
Primero, su base de financiación difiere. Norma ha operado en los mercados chino y estadounidense, lo que permite acumular de manera continua a través de OTC, convertibles y acuerdos privados, sin depender del mercado público. “También estamos negociando con algunos family offices de largo recorrido”.
Segundo, el desarrollo narrativo: colabora con Bitcoin OGs para crear un “Influence Collective” donde cada integrante aporta comunidad y canales propios.
Tercero, la estructura de activos: DDC no es una empresa que queme caja ni impulsada por el hype. Su negocio principal sigue creciendo un 30–40% anual. En suma, DDC es una compañía con reservas BTC y fundamentos sólidos, capaz de construir relatos atractivos cuando el mercado sube y de sostenerse con su caja cuando baja.
Este equilibrio es fruto de más de diez años de trabajo minucioso.
Norma lo resume: “Sin la paciencia que desarrollé en mis inicios creando contenido, ni la sintonía con las comunidades Z, ni el ritmo organizativo aprendido con los años, DDC nunca habría comprendido realmente Bitcoin, ni mucho menos sumarlo a su balance”.
Norma nunca se ha definido como “cripto”. Sin embargo, los elementos “no convencionales” de su identidad conectan con la esencia de Bitcoin.
No le preocupa que el relato de Bitcoin lo lidere Occidente ni que el capital asiático quede fuera del foco.
Su seguridad proviene de observar cambios estructurales reales: regulación más flexible, movimientos de capital, modelos de financiación renovados y una generación Z que entiende el valor de forma genuinamente distinta. “Las stablecoins educaron al mercado; después, las criptomonedas lograron aceptación real”. Indica cómo inversores que hace nada no entendían BTC ahora discuten primas y carteras en bitcoin.
Norma no proclama revoluciones descentralizadas, pero al trazar una estrategia basada en la realidad está redefiniendo la riqueza global y, de paso, redefiniéndose a sí misma.
En más de una década ha pasado de emprendedora de contenidos a CEO de una cotizada, hasta convertirse en la primera fundadora en lanzar una empresa de tesorería Bitcoin. Antes marginada, ahora es el punto de partida del nuevo discurso precisamente por su espíritu “no convencional”.
“Existir es ser diferente. La diferencia es una ventaja”, afirma. Sabe que su método y su ritmo difieren de lo habitual entre ejecutivos, pero esa “lentitud” deliberada es su resiliencia frente al ritmo frenético del capital. “Puede que no sea más lista que otros, pero soy incansable”.
Eso es lo que une a Norma y a Bitcoin: ambos surgieron de los márgenes, ambos fueron puestos en duda, ambos persistieron. Una es creadora de marca y comunidad; el otro, el símbolo del mundo descentralizado. Ninguno nació en el núcleo de las finanzas, pero hoy comparten balance.
Ahora estos dos “outsiders” ocupan el centro del escenario y viven su propio momento de protagonismo.